Tuesday, November 17, 2015

Marine


Mansoura Ez-Eldin

Ilya U. Topper   (Traducción)

Marine puso mala cara, se dio la vuelta y se fue. Casi la agarro por su largo abrigo gris, como un niño que se cuelga de las faldas de su madre. Marine se alejó de mí despacio y yo le seguía clavando la mirada. Yo acababa de llegar a esta ciudad occidental y se suponía que era ella la encargada de recibirme y conducirme al hotel reservado para mi estancia. Pero resulta que ella había escudriñado mi cara unos instantes antes de alejarse sin pronunciar palabra. Me hallaba en una estación de trenes impresionante, limpia y abarrotada; la gente a mi alrededor corría de un lado a otro y hablaba en un idioma que yo no entendía. No vi otra opción que caminar en la misma dirección en la que poco antes había ido Marine y fui arrastrando mi pequeña maleta por el suelo abrillantado de la estación. Empecé a seguirle con temor, observando cómo su cuerpo zigzagueaba errando entre la multitud y alejándose cada vez más. Casi me lanzo a correr mientras ella mantenía su paso lento, pero aun así, la distancia entre las dos no se reducía.
Atravesamos calles, plazas, parques, cementerios, siempre guardando la misma distancia. La multitud casi sustraía a mi mirada el fino cuerpo aniñado de Marine. Mi miedo y mi ansiedad permanecían, aunque hubiera olvidado el motivo. Me había convertido en un satélite de Marine y el cuidado de no dejarla escapar era ahora la meta a la que se reducía mi existencia.
Marine vacilaba un momento, luego se dirigió hacia la enorme puerta de madera de un edificio obsoleto en la acera derecha. Dejé mi maleta y corrí todo lo que pude para mantenerme cerca de ella. Empujó la puerta y entró tranquilamente en el abarrotado espacio, conmigo detrás. Me golpeó el espeso vaho del bar con olor a tabaco y alcohol. Atronaba una música lúgubre; hombres y mujeres borrachos se mezclaban entre las mesas, algunos de pie, otros sentados. Cantaban con voz discordante y marcaban el ritmo con la mano, reían y seguían cantando. El lugar estaba dividido en dos partes entre las que corría un largo pasillo; fue ahí donde caminaba Marine como si no oyera las canciones chirriantes ni la música opaca. Fui tras ella intentando sustraerme a las manos que se extendían de ambos lados en un intento de atraerme e integrarme entre quienes bebían y cantaban. Negaba con la cabeza cuando algunos levantaban sus copas como si quisieran brindar conmigo. Seguí a Marine y sentí que el pasillo se alargaba más de lo debido y que la iluminación era más débil conforme nos adentrábamos en el espacio.    
Yo caminaba trabajosamente como quien atraviesa montones de algodón blanco. Marine, en cambio, lejos de mí y sin prestarme atención, se movía ligera, pese a que andaba despacio, como si midiera sus pasos con una balanza sensible. Cada paso que daba era una repetición exacta del anterior, sin la más mínima desviación.
De repente, el pasillo largo y de luz tenue desembocó en una puerta por la que salimos de nuevo a la calle. Era una calle distinta de todas las calzadas y los caminos que habíamos atravesado antes. Como si nos hubiéramos desplazado a otra ciudad o a una copia más ajada de la primera. Una ligera niebla velaba todo alrededor. La multitud volvió a ocultarme a Marine; quise gritar su nombre pero mi voz no se despegó de mí. Su nombre empezó a repetirse en mi mente sin salir de mi garganta. Descubrí que no podía hablar y por primera vez desde que salimos del bar atestado de olor a tabaco y alcohol me fijé en que no había absolutamente ningún sonido: ningún eco de nuestros pasos, ningún gorjeo de pájaros, el aire no traía susurros. Un silencio inmutable dominaba el espacio en el que nos movíamos.
Luego un ligero perfume se filtró por el aire y empezó a espesarse poco a poco. Un perfume con notas de aroma de sándalo, flor de limón, azahar y jazmín, mezclado con otros olores que no supe definir. Pero me dejó una oscura sensación de opresión a la que contribuía el que la niebla se espesara hasta el punto de ocultar todo alrededor, excepto el fantasma de Marine que continuaba su sempiterno caminar. Se me ocurrió dejar de seguirle pero no tuve valor. Iba tras ella como una sonámbula. La niebla se disipó de repente aunque la mezcla de aromas persistía. Y de nuevo atravesamos calles y plazas, parques y cementerios, manteniendo siempre la misma distancia. Marine perseveraba en su ritmo propio y yo le seguía sin ver a nada más.
Con un gesto tranquilo, ella giró la cabeza hacia mí, aunque sin mirarme realmente. Luego retomó sus pasos juguetones sin preocuparse de mí. Sólo se había vuelto hacia mí durante contados segundos, pero eran suficientes para que yo viera en la cara de Marine la pálida angustia mía y en su cansancio mi fatiga y mi miedo.

Via: Mediterraneosur
2010

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