Mansoura Ez Eldin
El magnetismo de los cuerpos
Como un niño construyendo un castillo de arena para después derribarlo
y festejar así la capacidad de hacer y deshacer, yo, a mi vez, creo mundos y
los hago desaparecer.
La carretera, poblada de árboles de alcanfor a ambos lados, apenas era
más ancha que el coche. Parecía no acabar nunca. Sobre todo porque los árboles
daban unas sombras tenues y me sentía, además, perdida entre los huertos de
naranjos que se extendían detrás de aquella oscuridad. Por un instante llegué a
sentir angustia aunque me fui calmando al darme cuenta de que ya no había
vuelta atrás.
Me preguntaba qué tipo de persona se hace una casa en medio de unos
huertos que ocupan cincuenta faddanes, en un lugar medio abandonado y sin
siquiera un camino abierto para facilitar la llegada.
Para relajarme comencé a pensar en la infancia, recordando aquellos
viajes a Shiraz con mi padre. El visitar la ciudad me producía la sensación de
andar por una tierra mágica. Me sentía bañada en una profunda paz interior. Mi
padre se pasaba sentado horas y horas ante la tumba de Sadi inmerso en sus contemplaciones, mirando siempre hacia un punto imaginario. Y
yo le imitaba, como si a mi vez me estuviera preparando para el silencio. La
sentencia del imán Ali resuena en mi cabeza: “Crees que has cometido un pequeño
delito pero en ti había un gran mundo”. Me sumerjo más en mi misma y me
esfuerzo en no desconectar de lo que me rodea.
Sin embargo, mientras conduzco mi coche en medio de unos huertos que
parece que me van a tragar, voy sofocando los sentimientos de debilidad. Me veo
como un pequeño delito luchando para que no sea acusado por ese torrencial de
vegetación. No hay ningún sonido humano. Nada salvo el cante agudo, casi
metálico, de los pájaros y el zumbido de las abejas disputándose el néctar del
azahar de los naranjos, cuyo aroma lo impregna todo.
Desde lejos se divisa la casa, hecha de piedra vieja, como un castillo
en miniatura que da la espalda al tiempo. El camino se ensancha hasta terminar
en un espacio rectangular de tierra con la casa en medio rodeada de muros altos.
Aparco el coche, me dirijo hacia el portón de hierro y me quedo delante
dudando. Antes de apretar el timbre me abre la puerta el anfitrión. Supongo que
habrá una pantalla de vigilancia donde puede ver lo que pasa fuera de su
fortaleza de piedra.
Me lleva hacia el interior a través de un pasadizo serpenteado.
Llegamos a un gran patio en el centro de la casa a modo de jardín interior, con
los vestíbulos principales distribuidos alrededor, como en las casas árabes
antiguas.
- “Ponte cómoda. En unos minutos vuelvo”.
Me siento en el borde de la fuente que hay en el centro del patio. Mis
oídos se relajan con el sonido del agua y mis ojos se fijan en los jazmines
indios y las flores resplandecientes de las buganvillas. Me doy cuenta de que ha
plantado más de una buganvilla abriendo el camino para que se superpongan los
diferentes colores, para que al final parezca como si fuera un único árbol
donde se mezclan el blanco con el violeta, el rosa y el rojo.
El olor a azahar colándose desde los huertos cercanos seguía llenando
mi olfato y por encima de mí lucía un cielo incomprensiblemente claro en contraste
con la sombría atmósfera del estrecho camino.
El anfitrión volvió con dos latas de cerveza Stella. Me dio una y bebió
un sorbo de la otra. Me acerqué a una puerta que me indicó y entramos en una
estancia con poca luz debido a las cortinas echadas de terciopelo. Había diez
personas sentadas sobre una alfombra de piel, inmersos en una discusión que les
impedía darse cuenta de que estábamos allí. Él se unió a la conversación y me
insinuó que siguiera su ejemplo.
Me molestaba no poder verles las caras con claridad. Me vi fuera de
lugar hasta que el dueño de la casa se puso a leer en voz alta lo que decía ser
el origen por el que le vino la
inspiración para el relato La ciudad de cobre. Los allí presentes
escucharon con una seriedad exagerada y cuando terminó, uno de ellos comenzó a
narrar de memoria un pasaje de la historia de Hassan Al Basri, aquel en el que
Al Basri viaja a las islas Waq Waq para recuperar a su esposa Manar Al Sana.
Cuando acabó, empezaron a debatir sobre las influencias religiosas en los
relatos de Hasib Karim Al Din y Simbad el Marino. Uno de ellos puso punto y
final al episodio hablando sobre lo que se conoce como el “espíritu del profeta
Salomón como padre dominador de las noches”. Fue agradable para mí escucharlos
mientras mi mente funcionaba como una
grabadora, recogiendo lo que me parecía interesante.
Una vez acabó la reunión, todos abandonaron el lugar. El anfitrión
salió a despedirse y me pidió que le esperara. Corrí las cortinas para que se
colara en la habitación la tímida luz de la puesta de sol. Pude apreciar la
decoración de los mosaicos y los sofás de tela de seda. Vislumbré inscripciones
en relieve en el techo que parecían talismanes y que le daban un matiz
fantástico al lugar. Una cinta esculpida los enmarcaba con una inscripción en
letra árabe kufí que decía: “Soy una gota de lluvia caída de una copiosa nube.
Es sabido que me disolveré en la tierra, mezclándome con ella, produciendo lo
que he dejado atrás”. Fijé la vista en la oración y visioné una lluvia precipitándose
en bosques, mares y desiertos.
La unión a aquella élite había supuesto un gran paso en mi formación
pero mis ansias por saber y el largo viaje no conseguían que estuviera
satisfecha. En relativamente poco tiempo me había sido fácil, con ayuda del
profesor, profundizar en mis conocimientos. Habíamos participado en más de un
congreso internacional juntos y logramos animar a un gran público para que
participaran en Las mil y una noches. Alargábamos con facilidad el hilo
de la conversación sobre cualquier asunto sacado a debate. La invitación para
asistir a los encuentros de su grupo “Derviches de las noches” era cuestión de
tiempo. Él era ex profesor en la Universidad de Leiden y estaba obsesionado con
la idea del texto original de Las mil y una noches. Soñaba con eliminar
los añadidos del libro por los traductores e incluso consideraba que se habían
falsificado relatos para menospreciar la obra. Casi se sabía de memoria
párrafos enteros de la edición de “Muhsin Mahdi”. Me escuchaba con esmero
cuando hablaba sobre mi interés por una de las historias añadidas. De entre mis
muchas investigaciones le llamó la atención un pequeño estudio sobre las
representaciones de las montañas en el fantástico libro.
“Unos comentarios muy dignos de interés”, dijo, con una media sonrisa,
conservando su economía lingüística y su aversión a los cumplidos y halagos.
Supe que era el máximo elogio que le podía decir a alguien. Quizá por aquel
motivo, me invitó a aquella casa situada en medio de campos de frutales. Me
dijo que allí me esperaba una sorpresa y supe que estaba a punto de pertenecer
a su club exclusivo.
Mientras le espero salgo de la habitación al patio. Me siento de nuevo
en el borde de la fuente fijándome en las celosías y tragaluces de madera de
Bagdad que están trabajados con mucho estilo.
No me di cuenta de que había vuelto hasta que me tocó el hombro con la
mano y dijo con encanto infantil:
- ¿Qué piensas de la casa? Se parece a una que vi en Damasco.
Casi me burlo de la paradoja. Aquel que siempre estaba obsesionado con
lo original se enorgullecía de una imitación, de una modificación del original.
No obstante, me callé para quedar bien y por respeto a una casa diseñada a la
perfección.
- Una maravilla - respondí con entusiasmo-.
Lo cierto es que no tenía ganas de andarme con rodeos, así que le
pregunté sin evasivas si conocía el
relato de Nursin y la Reina de las Serpientes. Le resumí la historia y me
dijo que tenía más de una versión pero que no podía decir con seguridad cuál
era la más exacta.
***
Nursin nació en una ciudad llamada Yulistán, situada entre montañas
cubiertas de plantas de un verdor resplandeciente y a orillas de un mar
continuamente enloquecido. Su padre era
un gran sabio que le regaló una biblioteca llena de libros de medicina,
astronomía y crónicas de los diferentes confines. Creció sin imaginarse otro
lugar en el que vivir. Jamás se le vino a la cabeza que el destino le hubiera
escrito en la frente que se iría a un lugar que ni siquiera se imaginaba que
existiera de verdad.
En Yulistán, donde pasó su infancia y adolescencia, tan solo ella y unos pocos, que se podían contar con los
dedos de la mano, sabían de la montaña Qaf y conocían algunos de los secretos
que guardaba. No estaban seguros de su verdadera existencia. Se imaginaban que
Qaf estaba en el mundo de lo irreal.
Además de aquel privilegiado grupo había muchos que solo habían oído
hablar de la montaña mágica como la peor de todas las amenazas, la de ser
llevados a lo que hay detrás de Qaf. Aunque nunca nadie estaba convencido de la
existencia de aquella forma hecha de esmeraldas, aunque los relatos contados se
recopilaban durante años a pesar de la lejanía del lugar, el nombre de Qaf se
mantuvo como una fuente de temor para quien escuchara algo sobre ella. La
mayoría era incapaz de imaginarse una montaña en cuyo final se terminaba el
mundo y empezaba el más allá, una montaña detrás de la cual había setenta
tierras de oro, setenta de plata y setenta de almizcle.
De adolescente, Nursin escuchaba a su padre hablar con sus amigos sobre
Qaf. Su padre solía afirmar que no era un lugar real sino la esencia de una
realidad difícil de alcanzar.
- En el imposible camino a Qaf, todo puede ocurrir. ¡Cuántos barcos se
perdieron! ¡Cuántas embarcaciones desaparecieron! ¡Cuántos viajeros perdieron
la cordura soñando con la montaña verde que rodea el mundo y limita con la
línea del horizonte! Ochenta parasangas la distancian del cielo. Qaf
guarda el secreto de nuestra existencia y quien la conoce es como una concha
que guarda una valiosa perla.
Nursín lo oyó varias veces e imaginaba un mar de perlas que le
cautivaba la vista. Le gustaba memorizar poesía y leía todo lo que caía en sus
manos. Insistía en escuchar las discusiones periódicas en la sala de invitados
de su casa tratando de seguir las opiniones lanzadas al aire. Sin embargo, eso
también le traería momentos de congoja ya que su padre decidió prohibirle
asistir a los debates añadiendo que se había hecho mayor y no era conveniente
que se sentara con gente extraña a la familia. Nursin se negó a así que se
dedicó a espiar las reuniones por detrás de la cortina y durante las tardes
viajaba, por medio de las palabras escuchadas, a mundos situados más allá de
las paredes de la casa y de los límites de la ciudad.
Un invierno Yulistán sufrió una gran sequía que dejó vacíos los
graneros. El rey Yaqut pudo verlo con sus propios ojos en uno de sus raros
paseos sobre el ave Fénix. Ella estaba en el oasis apoyada en una pared frente
a su casa cuando él la vio por primera vez. Le pareció que era la criatura más
bonita jamás vista y decidió llevársela a Qaf costara lo que costara. Con solo
un guiño del ave Fénix podía acortar la inmensa distancia entre Qaf y Yulistán,
lo que le permitió acercarse cada día durante un mes a la casa de Nursin sin que ella se diera
cuenta. Se le presentó la oportunidad de llevársela cuando la joven salió a las
calles con el resto del pueblo para invocar la caída de la lluvia. El gentío
subió a la cima de una montaña frente a las puertas de la ciudad para rogarle
al cielo. En voz baja cantaron sus ruegos y acabaron la ceremonia revolcándose
en la tierra. Cientos de niños, mujeres y hombres se lanzaron rodando sobre la colina
dejándose caer. Ella los acompañaba de pie sus bellos y suplicantes cánticos. Llamaban
la atención su atractivo cuerpo y el pelo castaño moviéndose por el viento, su
aspecto de dama bendiciendo a los devotos y saboreando su pleitesía. La hermosa
joven levantó la cabeza hacia arriba con los ojos cerrados y con una sonrisa relajada
dibujada en los labios. En ese momento el ave fantástica se le acercó y el
brazo de Yaqut fue más rápido que su reacción. Estaba asustada. Cogida como si
fuera una niña, el rey la sentó delante de él. Sus esfuerzos por escapar fueron
inútiles.
Mientras tanto los allí presentes, inmersos en sus imploraciones no se
dieron cuenta hasta que no escucharon el tercer grito. Quienes miraron primero
vieron un fuerte brazo levantando al aire a la hija de su ciudad. Los que
tardaron en saber lo que pasaba, solo pudieron ver dos alas gigantes de color
violeta a punto de desaparecer en el horizonte. Nadie les creía cuando juraban
que un hombre encima de aquel pájaro raptó a Nursin llevándosela volando a
quién sabe dónde.
Después vino el diluvio que duró una semana. Los habitantes de la
ciudad decían que la hija del gran sabio había sido el sacrificio por la
llegada de una lluvia nunca antes vista. Su padre no dejó ni un solo lugar de
Yulistan y alrededores sin recorrer en su búsqueda. Desesperado optó por
sumergirse en los manuscritos de su biblioteca para ver si quizás podía
encontrar en ellos una explicación racional a lo ocurrido. Así que siguió
buscándola hasta que murió atormentado.
En cuanto a Nursin, poco tiempo después de estar volando se vio encima
de una enorme montaña hecha de esmeralda pulida, con la parte central de rubí y
lagunas de plata líquida que reflejaban durante el día los rayos del sol, cuyos
destellos danzaban sobre la superficie impidiendo ver con claridad. Por la
noche, la luz de la luna se reflejaba sobre aquellas lagunas, convirtiéndose en
un espejo de cristal donde la propia luna se miraba como si fuera un narciso
luminoso.
La joven intentó huir varias veces. No se creía que su ciudad estuviera
situada a años de distancia. Lloró durante semanas y dejó de comer hasta casi morir.
Las mujeres de la casa le dijeron que La montaña Esmeralda era el lugar más
aislado del mundo. ¿Cómo no iba ser así, si la Reina de las Serpientes se
enroscaba en la montaña como si la estuviera estrangulando? Una serpiente sin
igual que protegía el lugar de la intromisión de cualquiera y que prohibía
salir a sus habitantes manteniéndolos encerrados en una cárcel de preciosa
esmeralda.
No es el caso del rey Yaqut, quien acompañado de genios y aves
salvajes, viaja a montañas y lugares inalcanzables a punto de desaparecer. Con
el ave Fénix puede volar de un sitio a otro saltándose recorridos de muchas
épocas en tan solo unos instantes.
Nursin se rindió poco a poco a su destino con la esperanza de que algún
día cambiaría. Cada vez que añoraba su vida anterior pensaba en el Fénix que
descansaba en su nido protector, esperando que nadie se atreviera a molestar su
calma. Se imaginaba con aquella fantástica ave, volando a su país y recordaba
su intenso color púrpura. Pensaba que aquella era a la vez su única opción y
destino final.
Cuando se notó embarazada empezó a tratar por primera vez en su vida
con el rey Yaqut. Era algo a lo que necesariamente se tenía que acostumbrar. No
sabía prácticamente nada sobre él ni de su mundo. Le pasaba lo contrario a
cuando vivía en Yulistán, cuando solamente deseaba saberlo todo sobre Qaf.
Ahora que era dueña de su trono no tenía interés ni curiosidad por saber.
Desconocía de dónde venía Yaqut, cómo se convirtió en rey de todas las
montañas y piedras preciosas y por qué eligió vivir en aquella ciudad
suspendida de montaña tan famosa.
Sabía que entre todas las piedras se enamoró de la esmeralda. No le
extrañó porque era lo único que veía a su alrededor. Una vez le contó a Nursin,
mientras contemplaba la pared esmeralda de su palacio, que él vio en ese verdor
gradual el color complementario al rojo del rubí, que era lo que significaba su
nombre. A propósito, ella le respondió: “Entonces, será llamado Esmeralda sea
una niña o un varón. Deseo que tenga parte de la belleza y del secreto de
Esmeralda pues como bien sabes -Dios te salve- el nombre marca nuestro
destino”.
Yaqut estaba ilusionado y esperaba que el recién nacido fuera una niña
con ojos resplandecientes como
esmeraldas, verdes como la montaña Qaf. Al cabo de unos meses Esmeralda vino al
mundo como un delicado ángel de brillantes ojos y rasgos cautivadores. Era una
niña tranquila que apenas lloraba. Su madre la acostaba en la cama boca arriba
y ella contemplaba el techo como si ya fuera una sabia filósofa.
Parecía haber nacido con una gran sabiduría a pesar de su silencio. Al
principio el rey pensaba que era muda porque hasta los diez años no pronunció
una sola palabra. Solamente sostenía la mirada con ojos sonrientes y relajados.
A los siete años, y por insistencia de su madre, el rey encomendó al
mejor sabio y filósofo de Qaf la tarea de enseñarla las letras y sembrar en
ella las semillas de la sabiduría. El hombre a pesar de sus dudas se alargaba
en explicaciones sin confiar en que la niña comprendiera lo que decía o que tan
siquiera le escuchara. Ella le miraba sin hablar y él tuvo que seguir
enseñándola sin esperar a que ella le dijera nada. La hablaba sobre filosofía,
los orígenes de la medicina, el álgebra y la astronomía, sobre los lejanos
reinos de la India y Sind, sobre lo que hay detrás del mar de las oscuridades y
sobre los rocs, los pájaros legendarios que volaban continuamente por
encima de ciudades tan lejanas que eran imposibles de alcanzar, por un cielo
negruzco paralelo al cielo natural. También le hablaba sobre los viajeros que
buscaban los horizontes indiferentes a los peligros y sobre las piedras
preciosas y las montañas que ocupaban enormes distancias del reino de Yaqut
separadas entre sí por mares y océanos sin fin.
Dibujó, para ella, la geografía de la Montaña del Diamante rodeada por
el Valle de Serpientes. Allí, los mercaderes acostumbraban a sacrificar un
animal lanzándolo a las profundidades del valle de manera que los diamantes se
adheríana la carne caliente. Después los buitres carroñeros se la llevaban a la
cima y los mercaderes los asustaban para poder
recoger rápido las preciadas gemas.
El sabio, además, le explicó con detalle todo lo que debía saber sobre
la Montaña de la Nube, se llamaba así porque
su cima casi tocaba las nubes. En aquel lugar vivían las siete hijas del
rey de los genios, en un palacio inaccesible a los humanos.
Le hizo escuchar relatos que seducen al corazón, relatos sobre los
genios que capturó el rey Salomón en frasquitos de metal mágicos sellados con
cobre, dejándolos presos hasta morir.
Desde los siete a los diez años el maestro le había transmitido un
enorme conocimiento y le había contado infinidad de relatos. Sin embargo, cayó
en la pesadilla de la desesperación al sentir que lo que hacía era papel
mojado, malgastando su preciado tiempo con un ser extremadamente hermoso pero
que no entendía casi nada pese a la inteligencia y hechicera brillantez de sus
ojos.
El día de su décimo cumpleaños, mientras le explicaba el Código de
Hammurabi, y después de enseñarle los secretos del faraón Ptahhotep, la
geografía de la Montaña del Magnetismo y su maldición fulminante, la
desesperación del sabio llegó a sus límites. Decidió poner punto y final a su enseñanza, acabar
de una vez por todas con los intentos de enseñar a aquel callado ser de la
realeza. No se preocupó por las
consecuencias que podía traer consigo su decisión pero se arrepintió de haber
traicionado a su firme convencimiento de que era inútil enseñar a las mujeres.
La miraba con decepción mientras ella comprendía lo que él estaba
pensando. A la pequeña no le quedo más remedio que dejar de fingir y abandonar
el mundo de silencio pronunciando sus primeras palabras:
- Mi señor y maestro, tu esfuerzo no ha sido en vano y llegará un día
en que te convencerás de ello.
Su voz era segura, firme y amable. Como si hubiera estado ensayando
aquella oración durante cientos de años para dejar asombrado al mismísimo
sabio. El hombre abandonó la compostura,
se puso a gritar de alegría y corrió a contárselo al rey. Su hija no era
totalmente muda como todo el reino se imaginaba.
Desde aquel día Esmeralda siguió hablando con aquella voz de timbre
agudo imposible de olvidar. Se consagró al aprendizaje con una avidez que el
maestro jamás vio en ninguno de sus discípulos, como si con ello deseara
compensar los años de silencio. Observó su interés por el mundo fuera de las
fronteras de Qaf, preguntando siempre por los reinos más lejanos como si
hubiera heredado de su madre la obsesión por salir de allí. Estaba sedienta de
relatos, de beber de sus maravillas y misterios. Buscó una explicación una y
otra vez a los genios encerrados en los frasquitos de Salomón, a cómo
utilizarlos, a la hierba de la inmortalidad y la manera de conseguirla. También
se dedicó a estudiar la posibilidad de dominar a la Montaña del Magnetismo y de
someter a las piedras plateadas de la locura.
El sabio trató de evitar su obsesión por los misterios pero su primera
pasión eran las cosas sobrenaturales. De su mano estudió ciencias y matemáticas
pero todo su ser estaba inmerso en la imaginación y los mundos de las
tentaciones.
***
El nacimiento de Esmeralda supuso un cambio en la vida de Nursin y el
contacto con la vida en Qaf. La pequeña se convirtió en su segundo país.
Durante sus primeros años de vida, la contemplaba horas y horas, suplicando que
mencionara aunque solo fuera una palabra. Cuando a los diez años rompió a
hablar, casi enloquece de alegría.
Desde ese momento parecía como si la madre hubiera olvidado la añoranza
por su lugar de origen y el exilio forzoso a un país que no le despertaba
ningún interés. Sin embargo se apoderó de ella una nostalgia enfermiza justo el
último año antes de su desaparición. Las callejuelas de su ciudad se le aparecían
en sueños. Veía los caminos, las plazas y los barrios como si estuvieran
vacíos, sin vida, sin gente ni animales, habiendo solo edificios y árboles.
Después le venía el espíritu de un gigante vestido de oscuro, dando zancadas
por caminos, un gigante que se resistía a abandonar sus sueños. Ella lo seguía,
caminaba tras él casi todas las noches atravesando senderos sin fin y
convencida de que sería él quien le marcaría el camino de vuelta.
Se apoderaba de ella el miedo una noche tras otra, cuando el gigante
cruzaba ciudades vacías. Aquel espíritu se rendía al encanto de mirar las luces
reflejadas sobre enormes cúpulas de cristal. Él se quedó sin aire subiendo las
escaleras de una negrísima montaña, amenazando a cada paso con una resonante
caída. Ella se ahogaba tratando de reunir fuerzas para ascender la montaña y se encontró a si misma
en la cima escuchando la voz de su padre como si estuviera leyendo un libro:
- “En la distancia sin fin entre la Montaña del Magnetismo y Qaf se
esconden los secretos y misterios de la existencia”.
Cuántas veces la Montaña del Magnetismo acechaba a viajeros y
aventureros. El negro magnetismo atraía los tornillos y el hierro de los
barcos, los metales salían disparados al aire separándose de la madera. Los
barcos quedaban desarmados, en pedazos, y los tripulantes, salvo los que sabían
y tenían fuerzas para nadar, se ahogaban. Solo unos pocos llegaban a las
escaleras que conducen a la cima donde están los rocs, gigantescas aves.
Desde allí observan el camino recién
subido mientras la tierra les sacudía con violencia.
Sobre la Montaña del Magnetismo el color negro es aún más oscuro y se
expande como si cubriera el universo. Un negro intenso que impide ver y obliga
a afinar la vista como si se cayera bajo los efectos de un hechizo incurable,
sin volver a verse el azul del cielo o el ilusorio azul del mar. Entonces desaparece
el verde de los árboles, el blanco de las nubes y el anaranjado de la niebla.
Pero el hechizado por el color negro del magnetismo no tiene por qué
estar triste. Este embrujo es menos grave que el de las brillantes piedras de
plata de blanco intenso esparcidas por entre el magnetismo negro. Si bien éste
magnetiza los metales, las piedras de plata magnetizan a las personas. Quienes
miran las piedras plateadas no pueden
alejarse de ellas. Los pies van involuntariamente hacia la plata, se quedan
pegados y sus dueños se sumergen en una risa sin fin que les lleva a las
profundidades de la locura. Es una locura de plata diferente a cualquiera otra pues se convierte
en un ataque de risa que acaba con la muerte.
La reina Nursin no contó los sueños a nadie. Tampoco hizo mención al
gigante que llegó a ver como un compañero de camino. No sabía hasta qué punto
acabaría con ella. Con el tiempo los sueños fueron más reales. Siempre
interpretaba que aquel hombre se la llevaría de vuelta a casa de su padre.
Después empezó a tener una nueva obsesión: la locura de las piedras de plata de
la Montaña del Magnetismo. Era una obsesión que se le aparecía frecuentemente
en los sueños y cuando se despertaba, no podía pensar en otra cosa. Por ello,
se preguntaba si acaso estaba hechizada en la distancia. El miedo a volverse
loca se apoderó de ella. Sin embargo y aunque lo deseaba, no se resistió.
En un sueño revelador se vio a si misma en los confines de la Montaña
Esmeralda, en concreto delante del sicómoro, árbol habitado por la Reina de las
Serpientes. Esperó mucho tiempo antes de escuchar una voz que venía de la cavidad
interior del tronco anunciándole que su deseo estaba a punto de cumplirse.
Cuando Nursin desapareció, Esmeralda tenía quince años. La joven hizo
esfuerzos desesperados porque su padre le revelara el secreto de la
desaparición pero sus pocas palabras no eran más que intenciones de crear
confusión.
Aunque el nombre de Nursin se convirtió en tabú el viento susurró a la
joven la relación de lo ocurrido con la Reina de las Serpientes y la Montaña
del Magnetismo. Las sirvientas por su parte, le confesaron que a la reina se la
vio por última vez en el árbol de la serpiente guardiana.
Aquel mismo año el rey llevó por vez primera a Esmeralda ante el nido
del ave Fénix para ver si dejaba de estar triste. Hizo que se familiarizara con
ella y aprendiera a montarla y dominarla, le dijo que iba a ser su medio para
viajar y conocer el mundo una vez cumpliera los veintiún años y la advirtió
mucho sobre la necesidad de cumplir esa ley sagrada y de no partir con
antelación y ella le juró obediencia.
Como primer destino tenía en mente la Montaña del Magnetismo. Pisaría
su suelo sin contar con los peligros que pudiera haber. Aparecía el
espíritu de su madre dando vueltas entre senderos y laderas en sueños
reveladores. Llegó a convertirse en una torturadora obsesión. ¡Cuántas veces
soñó Esmeralda con cruzar el mundo sobre el ave Fénix!
¡Se le hacían tan lejos los veintiún años! ¡Deseaba tanto que el tiempo
pasara deprisa. Cuanto más se impacientaba, más sentía que había posibilidad de
encontrarla. Creía que se encontraba perdida en las oscuridades de la Montaña
del Magnetismo debido a la malicia de la Reina de las Serpientes, guardiana de
Qaf y de su aislamiento.
El gran maestro descubrió que Esmeralda pensaba que la
serpiente gigante prohibía salir a las gentes de la montaña y por ello deseaba
matarla. Con gran temor y para su sorpresa, la informó de que la serpiente no
hacía sino protegerlos y preservarlos del peligro de desintegración y
desaparición. Le confesó que nunca había hecho daño a nadie. Solamente se
enroscaba a la montaña como una madre cariñosa y cuando hibernaba se refugiaba
en su cueva particular. Le dijo que el aislamiento de Qaf era predestinado y no tenía que ver con ninguna
criatura. La princesa, callada, aceptó sus palabras.
Pasado un tiempo
el sabio pensó que Esmeralda se había
olvidado del asunto pues ella nunca volvió a mencionarlo. Pero lo que ocurrió
fue que, por entonces, ya había empezado, sin ella saberlo, el camino de
hoguera.
The second chapter of my novel "Emerald Mountain" translated into Spanish by: Eva Chavez Hernandez.
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